Suena una canción de rock en la nave industrial de Bailandera. La cerveza bulle en sus cocinas. Ana, Clara, Carmen y Bea se mueven entre sus máquinas, realizando una coreografía que han practicado cientos de veces en los últimos cinco años. Fabrican su cerveza artesana, un trabajo que les llena y que, sobretodo, les permite habitar el lugar donde eligieron vivir. Bustarviejo, un pueblo de la montaña de 2.500 habitantes y bastante mala conexión con Madrid.
“Nos apetecía vivir en lo rural, vivir de otra forma. Con otros ritmos y con más contacto con la naturaleza”
De hecho, todas vivían en la “jungla madrileña” antes de iniciarse en esta aventura. “Nos apetecía vivir en lo rural, vivir de otra forma. Con otros ritmos y con más contacto con la naturaleza”, señala Bea. También estaba el componente maternal. De las cuatro, tres tienen niños y niñas que nacieron en Bustarviejo. “En un pueblo los peques tienen más autonomía, más vida en la calle. Cosas que en Madrid no es posible ya que están sujetos a un mayor control”.
Todas tenían claro el modo de vida que querían tener, pero faltaba definir el cómo. Bea estudió periodismo e intentó trabajar de freelance, pero no era rentable. Tampoco tenía un plan definido así que buscó alternativas y se topó con la opción cervecera, que le encantó. No le asustaba probar algo nuevo. Le tranquilizaba pensar que todo es reversible y que si no salía bien, siempre podría dar marcha atrás.
Una de los rasgos que sedujeron a Bea es que la Cerveza Bailandera es una cooperativa formada por mujeres. “Todas somos iguales. Aunque no hagamos lo mismo, valemos lo mismo y cobramos lo mismo. Es una forma de aprendizaje maravilloso”, destaca. “Emocionalmente es muy satisfactorio ponerte al mismo nivel que tus compañeras y que no haya jerarquías, y te da más libertad para trabajar y para conciliar que un trabajo jerarquizado, donde tendrías más dificultades o miedos”.
La máxima de la Cerveza Bailandera es la SOSTENIBILIDAD. Utilizan ingredientes ecológicos y de proximidad. “Hay productos que para conseguirlos en ecológico tendríamos que comprarlos a ocho mil kilómetros de distancia. Por eso nos parece mucho más interesante usar productos de cercanía”, apunta Bea.
Además, sus cocinas proceden de maquinaria agrícola que ellas mismas han reconvertido para su actividad, como por ejemplo, ollas que vienen del mundo de la leche. E intentan generar cero residuos participando en un proyecto de agrocompostaje para huertos de autoconsumo y empleando el bagazo o restos de malta que sobran al producir la cerveza como alimento para animales de granjas cercanas. “Intentamos que sea sostenible a todos los niveles: económico, medioambiental y nivel vital también, poniendo los cuidados en el centro”.
Y el resultado es una cerveza de calidad, genuina, elaborada de manera artesana y que además, te hace pasar un buen rato.
Bailandera no ha perdido su esencia. La que surgió del garaje de Ana y Clara, fundadoras del proyecto, donde empezaron a dar forma a su pasión y afición cervecera. “En los garajes se forjan grandes bandas de rock y grandes cerveceras”, bromea Bea. Esta banda de rock (y de cerveceras) saborea ya el éxito y sus seguidoras y seguidores crecen como la espuma.