Quién no ha fantaseado alguna vez en la cafetería de la facultad con crear uno de esos proyectos que cambian el mundo. Y aunque seguro que muchas de esas ideas revolucionarias serían viables, lo cierto es que solo una minúscula parte verá la luz. Y únicamente los proyectos más afortunados, en manos de las personas más perseverantes, brillarán con luz propia.
Es el caso de “Huertos Vega del Tajuña”. Una empresa surgida entre cafés y risas en la facultad de agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid. Miguel y León hablaban durante horas de lo interesante y conveniente que sería crear un huerto ecológico y abastecer a un mercado cada vez más demandante de productos locales, de temporada y, sobre todo, de gran calidad.
«Cuando contábamos que estábamos trabajando en ecológico, decían ‘estos locos no sé cómo se están metiendo en este fregao’»
Un buen día, una oportunidad se cruzó en su camino. El padre de un amigo les comentó que iba a dejar de trabajar unos huertos en Chinchón, un pueblo del sureste de la Comunidad de Madrid, y pensó que quizá les podrían interesar. Ellos vieron en esta propuesta la ocasión perfecta para aprender por sí mismos todo aquello que no les enseñaron en la facultad.
Durante dos años Miguel y León trabajaron la campaña de verano produciendo principalmente tomate. Al tercer año se incorporaron Jorge y Sergio, también ingenieros agrónomos. No tenían dinero para invertir, pero suplían esas carencias con tiempo y dedicación. Y el apoyo de vecinos y gente de los huertos de los alrededores que, en ocasiones, amortiguaba los golpes.
León recuerda con especial cariño la ayuda que les brindaron dos familias de la zona. “Nos acogieron como su familia. El primer año incluso nos quedábamos a dormir entre semana en su casa”. Y también se le pone una sonrisa cuando rememora las caras que ponían los agricultores convencionales al ver a estos jóvenes dejándose la piel de sol a sol. “Y cuando les decíamos que estábamos trabajando en ecológico, ya es cuando decían ‘estos locos no sé cómo se están metiendo en este fregao’”, bromea.
Ya hace casi seis años desde que se embarcaron en esta aventura y, aunque todavía tienen que compatibilizar el huerto con otros trabajos, su ilusión permanece intacta. Como siempre dice León: “lo que alimenta mi estómago es mi trabajo (en la universidad) pero lo que alimenta mi alma es este proyecto”.
Un proyecto muy apetecible que presume de haber recuperado el “Tomate de la Vega”, una variedad local que probaron de un señor en la zona norte de la comunidad hace casi una década. “Su sabor nos sorprendió: ¡esto sabe a tomate!”, exclama. Y comenzaron a plantarlo y a seleccionar los mejores frutos para producirlo a mayor escala.
Es un tomate carnoso con un sabor intenso y con la piel muy fina. Y además, lo recogen en el momento de maduración óptimo -pese a los riesgos que eso conlleva de posibles pérdidas- pero con lo que consiguen que mantenga todos los nutrientes y conserve un sabor dulce y realmente bueno.
Además cultivan hasta 25 tipos de hortalizas a lo largo del año utilizando técnicas como el riego por goteo, para hacer un uso eficiente del agua; abono con estiércol de ganaderías de la zona; fertilizantes ecológicos; y evitan usar todo tipo de herbicidas y pesticidas.
Todo este esfuerzo que requiere gestionar un huerto agroecológico se tiene que ver necesariamente reflejado en el precio final. Pero a cambio, las personas consumidoras pagan por un producto de una calidad muy superior, no solo en sus propiedades, sino también en el sabor. Y pueden disfrutar de ese placer de disfrutar bajo el sol del verano de una ensalada de tomate que, de verdad, sabe a tomate.